Acompañado de su amante y camuflado como un soldado alemán, pretendía refugiarse en la Valtellina o huir a la cercana Suiza.
Los cadáveres de Mussolini, Clara Petacci y otros jefes fascistas, expuestos públicamente en Milán el 27 de abril de 1945.
La progresiva presión aliada sobre la Línea Gótica presagiaba un próximo derrumbe de la resistencia alemana en Italia y Mussolini, desde las orillas del lago de Garda, era muy consciente de ello. Su República Social Italiana, con capital en Saló, tenía los días contados y, probablemente, la única alternativa viable parecía la constitución de unúltimo reducto fascista en Valtellina.
El Duce jugaba por momentos con la idea de hacer de Milán un nuevo Stalingrado. Para ello imaginaba poder contar con la colaboración de otros grupos fascistas, así como la posibilidad de llegar a un acuerdo con los aliados occidentales para sumarse a la que juzgaba inminente lucha contra el comunismo que amenazaba a Europa. Pero, al margen de las fantasías, Valtellina parecía el lugar idóneo para ofrecer una resistencia a ultranza que hiciese a los aliados proclives a una negociación. Si todo iba mal, siempre podría pasar a la cercana y neutral Suiza...
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